sábado, 20 de diciembre de 2014

FRAGMENTOS TRAICIONADOS XXV: LA FÁBULA DE LOS CIEGOS

LA FÁBULA DE LOS CIEGOS


Durante los primeros años del hospital de ciegos, como se sabe, todos los internos detentaban los mismos derechos y sus pequeñas cuestiones se resolvían por mayoría simple, sacándolas a votación. Con el sentido del tacto sabían distinguir las monedas de cobre y las de plata, y nunca se dio el caso de que ninguno de ellos confundiese el vino de Mosela con el de Borgoña. Tenían el olfato mucho más sensible que el de sus vecinos videntes. Acerca de los cuatro sentidos consiguieron establecer brillantes razonamientos, es decir que sabían de ellos cuanto hay que saber, y de esta manera vivían tranquilos y felices en la medida en que tal cosa sea posible para unos ciegos.

Por desgracia sucedió entonces que uno de sus maestros manifestó la pretensión de saber algo concreto acerca del sentido de la vista. Pronunció discursos, agitó cuanto pudo, ganó seguidores y por último consiguió hacerse nombrar principal del gremio de los ciegos. Sentaba cátedra sobre el mundo de los colores, y desde entonces todo empezó a salir mal.

Este primer dictador de los ciegos empezó por crear un círculo restringido de consejeros, mediante lo cual se adueñó de todas las limosnas. A partir de entonces nadie pudo oponérsele, y sentenció que la indumentaria de todos los ciegos era blanca. Ellos lo creyeron y hablaban mucho de sus hermosas ropas blancas, aunque ninguno de ellos las llevaba de tal color. De modo que el mundo se burlaba de ellos, por lo que se quejaron al dictador. Éste los recibió de muy mal talante, los trató de innovadores, de libertinos y de rebeldes que adoptaban las necias opiniones de las gentes que tenían vista. Eran rebeldes porque, caso inaudito, se atrevían a dudar de la infalibilidad de su jefe. Esta cuestión suscitó la aparición de dos partidos.

Para sosegar los ánimos, el sumo príncipe de los ciegos lanzó un nuevo edicto, que declaraba que la vestimenta de los ciegos era roja. Pero esto tampoco resultó cierto; ningún ciego llevaba prendas de color rojo. Las mofas arreciaron y la comunidad de los ciegos estaba cada vez más quejosa. El jefe montó en cólera, y los demás también. La batalla duró largo tiempo y no hubo paz hasta que los ciegos tomaron la decisión de suspender provisionalmente todo juicio acerca de los colores.

Un sordo que leyó este cuento admitió que el error de los ciegos había consistido en atreverse a opinar sobre colores. Por su parte, sin embargo, siguió firmemente convencido de que los sordos eran las únicas personas autorizadas a opinar en materia de música.

Hermann Hesse

ACTIVIDADES:

  1. Busca información sobre la vida y la obra del autor. 
  2. Lee la siguiente cita que Hesse digo sobre sí mismo: "No puedo adjudicarme el título de sabio. He sido un hombre que busca, y aún lo sigo siendo; pero ya no busco en las estrellas y en los libros, sino que comienzo a escuchar las enseñanzas que me comunica mi sangre. Mi historia no es agradable, no es dulce y armoniosa como las historias inventadas. Tiene un sabor a disparate y a confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que ya no quieren seguir engañándose a sí mismos." ¿Qué rasgos de su personalidad destacarías de ella? Completa tu respuesta con los datos de la pregunta 1.
  3. Todas las fábulas, tienen una moraleja, ¿cuál es en esta ocasión?
  4. ¿Sobre qué podemos estar ciegos? Haz una lista de al menos 5 posibilidades y explica por qué.
  5. ¿Sobre qué podemos estar sordos? Haz una lista de al menos 5 posibilidades y explica por qué.
  6. Inventa LA FÁBULA DE LOS SORDOS. Siguiendo literalmente el esquema de Hesse.

lunes, 1 de diciembre de 2014

FRAGMENTOS TRAICIONADOS XXIV: MONSTRUOS (de Marta Martínez)



MONSTRUOS

 


No les pasa Nada. 

Nunca. 

Sus días comienzan de noche en la tienda de la esquina. 

Allí se unen al tercer batallón de recolectores de pan-hace-un-rato-congelado, el que no sabe a Nada. 

Llegan a casa, se hacen un bocadillo y cenan rápido para tener más tiempo para Nada. 

Reciben mensajes que no dicen Nada y que Nada les hacen sentir. 

Duermen y no sueñan Nada.

Al día siguiente la Nada se repite. 

Al otro, también. 

A todos. 

Siempre. 

Nada. 

Podría ser diferente pero la Nada es exigente 

y qué pereza.


Marta Martínez 



ACTIVIDADES

  1. Visita http://www.cerodeinteres.com y busca información en esa página sobre la autora. Destaca al menos 5 rasgos de su personalidad (desde la pestaña SOY) que te llamen la atención y explica tu elección.
  2. Bucea en dicha página y nombra tres aspectos que te hayan llamado la atención de lo que allí has visto y leído.  
  3. Busca en twitter su cuenta y busca algún tweets que te haya gustado. Explica tu elección.
  4. Si visitas el poema elegido en su página (http://www.cerodeinteres.com/letras/monstruos/), comprobarás que existe mucho espacio en blanco entre los versos, ¿a qué crees que se debe dicha licencia por parte de la autora?, ¿tiene algo que ver con el contenido del poema?
  5. En esa misma pestaña aparece una fotografía. Descríbela. ¿Crees qué guarda alguna relación con el poema? Razona tu respuesta.
  6. ¿Qué papel metafórico juega el pan en el poema? 
  7. ¿Qué quiere decir que esos Monstruos Duermen y no sueñan Nada?
  8. ¿Quiénes pueden ser esos MONSTRUOS a los que se refiere el poema? (Elige uno o varios de los versos que lo identifiquen adecuadamente para ti y pon ejemplos arquetípicos de ellos.)
  9. ¿Qué tipos de mensajes son esos que "no dicen Nada y que Nada les hacen sentir"? Pon 5 ejemplos y quiénes serían los destinatarios o los que los envían.
  10. ¿Por qué crees que la Nada es exigente?

jueves, 10 de abril de 2014

FRAGMENTOS TRAICIONADOS XXIII: LA OVEJA NEGRA

Erase un país donde todos eran ladrones.

Por la noche cada uno de los habitantes salía con una ganzúa y una linterna sorda, para ir a saquear la casa del vecino. Al regresar, al alba, encontraba su casa desvalijada. Y todos vivían en concordia y sin daño, porque uno robaba al otro y éste a otro y así sucesivamente, hasta llegar al último que robaba al primero.

En aquel país el comercio sólo se practicaba en forma de embrollo, tanto de parte del que vendía como del que compraba. El gobierno era una asociación creada para delinquir en perjuicio de los súbditos, y por su lado los súbditos sólo pensaban en defraudar al gobierno.

La vida transcurría sin tropiezos, y no había ni ricos ni pobres.

Pero he aquí que, no se sabe cómo, apareció en el país un hombre honrado. Por la noche, en lugar de salir con la bolsa y la linterna, se quedaba en casa fumando y leyendo novelas. Llegaban los ladrones, veían la luz encendida y no subían.

Esto duró un tiempo; después hubo que darle a entender que si él quería vivir sin hacer nada, no era una buena razón para no dejar hacer a los demás. Cada noche que pasaba en casa era una familia que no comía al día siguiente.

Frente a estas razones el hombre honrado no podía oponerse.

También él empezó a salir por la noche para regresar al alba, pero no iba a robar. Era honrado, no había nada que hacer.

Iba hasta el puente y se quedaba mirando pasar el agua. Volvía a casa y la encontraba saqueada. En menos de una semana el hombre honrado se encontró sin un céntimo, sin tener qué comer, con la casa vacía. Pero hasta ahí no había nada que decir, porque era culpa suya; lo malo era que de ese modo suyo de proceder nacía un gran desorden. Porque él se dejaba robar todo y entre tanto no robaba a nadie; de modo que había siempre alguien que al regresar al alba encontraba su casa intacta: la casa que él hubiera debido desvalijar.

El hecho es que al cabo de un tiempo los que no eran robados llegaron a ser más ricos que los otros y no quisieron seguir robando. Y por otro lado, los que iban a robar a la casa del hombre honrado la encontraban siempre vacía; de modo que se volvían pobres.

Entre tanto los que se habían vuelto ricos se acostumbraron a ir también al puente por la noche, a ver correr el agua. Esto aumentó la confusión, porque hubo muchos otros que se hicieron ricos y muchos otros que se volvieron pobres. Pero los ricos vieron que yendo de noche al puente, al cabo de un tiempo se volverían pobres.

Y pensaron: "Paguemos a los pobres para que vayan a robar por nuestra cuenta". Se firmaron contratos, se establecieron los salarios, los porcentajes: naturalmente siempre eran ladrones y trataban de engañarse unos a otros. Pero como suele suceder, los ricos se hacían cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.

Había ricos tan ricos que ya no tenían necesidad de robar o de hacer robar para seguir siendo ricos. Pero si dejaban de robar se volvían pobres porque los pobres les robaban.

Entonces pagaron a los más pobres de los pobres para defender de los otros pobres sus propias casa, y así fue como instituyeron la policía y construyeron las cárceles.

De esa manera, pocos años después del advenimiento del hombre honrado, ya no se hablaba más de robar o de ser robados sino sólo de ricos o de pobres; y sin embargo todos seguían siendo ladrones.

Honrado sólo había habido aquel fulano, y no tardó en morirse de hambre.

Por Italo Calvino


ACTIVIDADES:

  1. Busca información relevante sobre ITALO CALVINO, ¿en qué obra publicó este cuento?
  2.  Explica con tus palabras lo que ocurre en el cuento. ¿Quién y cómo sacan provecho de la aparición del hombre honrado?
  3. Desde un punto de vista económico, ¿qué papel juega la aparición del hombre honrado? 
  4. Desde un punto de vista ético, ¿qué te parece la acción del hombre honrado?
  5. Ensaya una posible moraleja para el cuento. Fundamenta después tu posición.
  6. Inventa una posible historia de un país en el que todos fueran honrados y apareciera un ladrón.

lunes, 3 de marzo de 2014

FRAGMENTOS TRAICIONADOS XXII: EL TIEMPO


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TIEMPO

Hete aquí que he creado un mundo, sí, un orbe completo, y autónomo, poblado por un sinfín de seres diminutos a los que he cortado los hilos. Y ahora, al observarlos, moviéndose como si siguieran una lógica secreta entre las callejas de sus ciudades y en sus edificios y en sus miniados parques y avenidas, me pregunto por qué siguen ese orden concreto. Por qué se empeñan en mantener esas insignificantes pautas en el entramado que tejen cada día con pormenorizado tesón. Pero míralos. Ahí están. Hoy compran pan y leche, mañana confabulan. Hoy, mañana, antes, después, ¿qué es todo eso? El pequeño tipo de aquí aspira a un ascenso en su trabajo, aquel de allá solo piensa en conseguir la ropa interior de la hija de su vecino, y la joven chica sueña con conocer a alguien con quien quizá ya se ha cruzado, una, seis, mil veces. Y sí, yo me pregunto: ¿Por qué no lo desordenan todo? ¿Por qué no lo vuelan por los aires, y hacen lo que quieren hacer de una condena vez sin perderse en la cadena de pequeñas acciones para mí inescrutables? He creado un mundo, fui yo, lo admito. Y como no tenía otra cosa a mano, lo hice con ese modesto tiempo lineal de andar por casa que, tengo que reconocerlo, ni siquiera yo comprendo.

Juan Jacinto Muñoz Regal, El libro 
de los pequeños milagros
Páginas de Espuma, 
Madrid, 2013 
 (páginas 96-97)

  1. ¿Quién ha creado el mundo que se describe?, ¿tiene alguna responsabilidad sobre ellos? Razona tu respuesta y utiliza fragmentos del texto para fundamentarlas.
  2. ¿Qué sentido tiene la expresión "cortar los hilos" en el microrrelato?, ¿existe la libertad en este mundo? Razona tu respuesta.
  3. Explica la siguiente frase: "Hoy compran pan y leche, mañana confabulan".
  4. ¿Qué es el tiempo lineal?, ¿qué papel juega en el microrrelato esta concepción del tiempo?
  5. Busca información sobre otra concepción del tiempo en Nietzsche: El Eterno Retorno. ¿Cuáles son las diferencias entre ambas concepciones?, ¿cuál te parece más interesante para vivir? Explica tu posición, con ejemplos.

domingo, 29 de diciembre de 2013

FRAGMENTOS TRAICIONADOS XXI: La caricia más profunda


La caricia más profunda


En su casa no le decían nada, pero cada vez le extrañaba más que no se hubiesen dado cuenta. Al principio podía pasar inadvertido y él mismo pensaba que la alucinación o lo que fuera no iba a durar mucho; pero ahora que ya caminaba metido en la tierra hasta los codos no podía ser que sus padres y sus hermanas no lo vieran y tomaran alguna decisión. Cierto que hasta entonces no había tenido la menor dificultad para moverse, y aunque eso parecía lo más extraño de todo, en el fondo lo que a él lo dejaba pensativo era que sus padres y sus hermanas no se dieran cuenta de que andaba por todos lados metido hasta los codos en la tierra.

Monótono que, como casi siempre, las cosas sucedieran progresivamente, de menos a más. Un día había tenido la impresión de que al cruzar el patio iba llevándose algo por delante, como quien empuja unos algodones. Al mirar con atención descubrió que los cordones de los zapatos sobresalían apenas del nivel de las baldosas. Se quedó tan asombrado que no pudo ni hablar ni decírselo a nadie, temeroso de hundirse bruscamente del todo, preguntándose si a lo mejor el patio se habría ablandado a fuerza de lavarlo, porque su madre lo lavaba todas las mañanas y a veces hasta por la tarde. Después se animó a sacar un pie y a dar cautelosamente un paso; todo anduvo bien, salvo que el zapato volvió a meterse en las baldosas hasta el moño de los cordones. Dio varios pasos más y al final se encogió de hombros y fue hasta la esquina a comprar La Razón porque quería leer la crónica de una película.

En general, evitaba la exageración, y quizás al final hubiera podido acostumbrarse a caminar así, pero unos días después dejó de ver los cordones de los zapatos, y un domingo ni siquiera descubrió la bocamanga de los pantalones. A partir de entonces, la única manera de cambiarse de zapatos y de medias consistió en sentarse en una silla y levantar la pierna hasta apoyar el pie en otra silla o en el borde de la cama. Así conseguía lavarse y cambiarse, pero apenas se ponía de pie volvía a enterrarse hasta los tobillos y de esa manera andaba por todas partes, incluso en las escaleras de la oficina y los andenes de la estación Retiro. Ya en esos primeros tiempos no se animaba a preguntarle a su familia, y ni siquiera a un desconocido de la calle, si le notaban alguna cosa rara; a nadie le gusta que lo miren furtivamente y después piensen que está loco. Parecía obvio que sólo él notaba cómo se iba hundiendo cada vez más, pero lo insoportable (y por eso mismo lo más difícil de decirle a otro) era admitir que hubiera más testigos de esa lenta sumersión. Las primeras horas en que había podido analizar despacio lo que le estaba sucediendo, a salvo en su cama, las dedicó a asombrarse de esa inconcebible alienación frente a su madre, su novia y sus hermanas. Su novia, por ejemplo, ¿cómo no se daba cuenta por la presión de su mano en el codo que él tenía varios centímetros menos de estatura? Ahora estaba obligado a empinarse para besarla cuando se despedían en una esquina, y en ese momento en que sus pies se enderezaban sentía palpablemente que se hundía un poco más, que resbalaba más fácilmente hacia lo hondo, y por eso la besaba lo menos posible y se despedía con una frase amable y liviana que la desconcertaba un poco; acabó por admitir que su novia debía ser muy tonta para no quedarse de una pieza y protestar por ese frívolo tratamiento. En cuanto a sus hermanas, que nunca lo habían querido, tenían una oportunidad única para humillarlo ahora que apenas les llegaba al hombro, y sin embargo seguían tratándolo con esa irónica amabilidad que siempre habían creído tan espiritual. Nunca pensó demasiado en la ceguera de sus padres porque de alguna manera siempre habían estado ciegos para con sus hijos, pero el resto de la familia, los colegas, Buenos Aires, seguían ahí y lo veían. Pensó lógicamente que todo era ilógico, y la consecuencia rigurosa fue una chapa de bronce en la calle Serrano y un médico que le examinó las piernas y la lengua, lo xilofonó con su martillito de goma y le hizo una broma sobre unos pelos que tenía en la espalda. En la camilla todo era normal, pero el problema recomenzaba al bajarse; se lo dijo, se lo repitió. Como si condescendiera, el médico se agachó para palparle los tobillos bajo tierra; el piso de parquet debía ser transparente e intangible para él porque no sólo le exploró los tendones y las articulaciones sino que hasta le hizo cosquillas en el empeine. Le pidió que se acostara otra vez en la camilla y le auscultó el corazón y los pulmones; era un médico caro y desde luego empleó concienzudamente una buena media hora antes de darle una receta con calmantes y el consabido consejo de cambiar de aire por un tiempo. También le cambió un billete de diez mil pesos por seis de mil.

Después de cosas así no le quedaba otro camino que seguir aguantándose, ir al trabajo todas las mañanas y empinarse desesperadamente para alcanzar los labios de su novia y el sombrero en la percha de la oficina. Dos semanas más tarde ya estaba metido en la tierra hasta las rodillas, y una mañana, al bajarse de la cama, sintió de nuevo como si estuviera empujando suavemente unos algodones, pero ahora los empujaba con las manos y se dio cuenta de que la tierra le llegaba hasta la mitad de los muslos. Ni siquiera entonces pudo notar nada raro en la cara de sus padres o de sus hermanas, aunque hacía tiempo que los observaba para sorprenderles en plena hipocresía. Una vez le había parecido que una de sus hermanas se agachaba un poco para devolverle el frío beso en la mejilla que cambiaban al levantarse, y sospechó que habían descubierto la verdad y que disimulaban. No era así; tuvo que seguir empinándose cada vez más hasta el día en que la tierra le llegó a las rodillas, y entonces dijo algo sobre la tontería de esos saludos bucales que no pasaban de reminiscencias de salvajes, y se limitó a los buenos días acompañados de una sonrisa. Con su novia hizo algo peor, consiguió arrastrarla a un hotel y allí, después de ganar en veinte minutos una batalla contra dos mil años de virtud, la besó interminablemente hasta el momento de volver a vestirse; la fórmula era perfecta y ella no pareció reparar en que él se mantenía distante en los intervalos. Renunció al sombrero para no tener que colgarlo en la percha de la oficina; fue hallando una solución para cada problema, modificándolas a medida que seguía hundiéndose en la tierra, pero cuando le llegó a los codos sintió que había agotado sus recursos y que de alguna manera sería necesario pedir auxilio a alguien.

Llevaba ya una semana en cama fingiendo una gripe; había conseguido que su madre se ocupara todo el tiempo de él y que sus hermanas le instalaran el televisor a los pies de la cama. El cuarto de baño estaba al lado, pero por las dudas sólo se levantaba cuando no había nadie cerca; después de esos días en que la cama, balsa de náufragos, lo mantenía enteramente a flote, le hubiera resultado más inconcebible que nunca ver entrar a su padre y que no se diera cuenta de que apenas le asomaba el tronco del piso y que para llegar al vaso donde se ponían los cepillos de los dientes tenía que encaramarse al bidé o al inodoro. Por eso se quedaba en cama cuando sabía que iba a entrar alguien, y desde ahí telefoneaba a su novia para tranquilizarla. Imaginaba de a ratos, como en una ilusión infantil, un sistema de camas comunicantes que le permitieran pasar de la suya a esa otra donde lo esperaría su novia y de ahí a una cama en la oficina y otra en el cine y en el café, un puente de camas por encima de la tierra de Buenos Aires. Nunca se hundiría del todo en esa tierra mientras con ayuda de las manos pudiera treparse a una cama y simular una bronquitis.

Esa noche tuvo una pesadilla y se despertó gritando con la boca llena de tierra; no era tierra, apenas saliva y mal gusto y espanto. En la oscuridad pensó que si se quedaba en la cama podría seguir creyendo que eso no había sido más que una pesadilla, pero que bastaría ceder por un solo segundo a la sospecha de que en plena noche se había levantado para ir al baño y se había hundido hasta el cuello en el piso, para que ni siquiera la cama pudiera protegerlo de lo que iba a venir. Se convenció poco a poco de que había soñado porque en realidad era así, había soñado que se levantaba en la oscuridad, y sin embargo cuando tuvo que ir al baño esperó a estar solo y se pasó a una silla, de la silla a un taburete, desde el taburete adelantó la silla, y así alternando llegó al baño y se volvió a la cama; daba por supuesto que cuando se olvidara de la pesadilla podría levantarse otra vez, y que hundirse tan sólo hasta la cintura sería casi agradable por comparación con lo que acababa de soñar.

Al día siguiente se vio obligado a hacer la prueba porque no podía seguir faltando a la oficina. Desde luego el sueño había sido una exageración puesto que en ningún momento le entró tierra en la boca, el contacto no pasaba de la misma sensación algodonosa del comienzo y el único cambio importante lo percibían sus ojos casi al nivel del piso: descubrió a muy corta distancia una escupidera, sus zapatillas rojas y una pequeña cucaracha que lo observaba con una atención que jamás le habían dedicado sus hermanas o su novia. Lavarse los dientes, afeitarse, fueron operaciones arduas porque el solo hecho de alcanzar el borde del bidé y trepar a fuerza de brazos lo dejó extenuado. En su casa el desayuno se tomaba colectivamente, pero por suerte su silla tenía dos barrotes que le sirvieron de apoyo para encaramarse lo más rápidamente posible. Sus hermanas leían Clarín con la atención propia de todo lector de tan patriótico matutino, pero su madre lo miró un momento y lo encontró un poco pálido por los días de cama y la falta de aire puro. Su padre le dijo que era la misma de siempre y que lo echaba a perder con sus mimos; todo el mundo estaba de buen humor porque el nuevo gobierno que tenían ese mes había anunciado aumentos de sueldos y reajustes de las jubilaciones. “Cómprate un traje nuevo —le aconsejó la madre—, total podés renovar el crédito ahora que van a aumentar los sueldos.” Sus hermanas ya habían decidido cambiar la heladera y el televisor; se fijó en que había dos mermeladas diferentes en la mesa. Se iba distrayendo con esas noticias y esas observaciones, y cuando todos se levantaron para ir a sus empleos él estaba todavía en la etapa anterior a la pesadilla, acostumbrado a hundirse solamente hasta la cintura; de golpe vio muy de cerca los zapatos de su padre que pasaban rozándole la cabeza y salían al patio. Se refugió debajo de la mesa para evitar las sandalias de una de sus hermanas que levantaba el mantel, y trató de serenarse. “¿Se te cayó algo?”, le preguntó su madre. “Los cigarrillos”, dijo él, alejándose lo más posible de las sandalias y las zapatillas que seguían dando vueltas alrededor de la mesa. En el patio había hormigas, hojas de malvón y un pedazo de vidrio que estuvo a punto de cortarle la mejilla; se volvió rápidamente a su cuarto y se trepó a la cama justo cuando sonaba el teléfono. Era su novia que preguntaba si seguía bien y si se encontrarían esa tarde. Estaba tan perturbado que no pudo ordenar sus ideas a tiempo y cuando acordó ya la había citado a las seis en la esquina de siempre, para ir al cine o al hotel según les pareciera en el momento. Se tapó la cabeza con la almohada y se durmió; ni siquiera él se escuchó llorar en sueños.

A las seis menos cuarto se vistió sentado al borde de la cama, y aprovechando que no había nadie a la vista cruzó el patio lo más lejos posible de donde dormía el gato. Cuando estuvo en la calle le costó hacerse a la idea de que los innumerables pares de zapatos que le pasaban a la altura de los ojos no iban a golpearlo y a pisotearlo, puesto que para los dueños de esos zapatos él no parecía estar allí donde estaba; por eso las primeras cuadras fueron un zigzag permanente, un esquive de zapatos de mujer, los más peligrosos por las puntas y los tacos; después se dio cuenta de que podía caminar sin preocuparse tanto, y llegó a la esquina antes que su novia. Le dolía el cuello de tanto alzar la cabeza para distinguir algo más que los zapatos de los transeúntes, y al final el dolor se convirtió en un calambre tan agudo que tuvo que renunciar. Por suerte conocía bien los diferentes zapatos y sandalias de su novia, porque entre otras cosas la había ayudado muchas veces a quitárselos, de modo que cuando vio venir los zapatos verdes no tuvo más que sonreír y escuchar atentamente lo que fuera ella a decirle para responder a su vez con la mayor naturalidad posible. Pero su novia no decía nada esa tarde, cosa bien extraña en ella; los zapatos verdes se habían inmovilizado a medio metro de sus ojos y aunque no sabía por qué tuvo la impresión de que su novia estaba como esperando; en todo caso el zapato derecho se había movido un poco hacia adentro mientras el otro sostenía el peso del cuerpo; después hubo un cambio, el zapato derecho se abrió hacia afuera mientras el izquierdo se afirmaba en el suelo. “Qué calor ha hecho todo el día”, dijo él para abrir la conversación. Su novia no le contestó, y quizá por eso sólo en ese momento, mientras esperaba una respuesta trivial como su frase, se dio cuenta del silencio. Todo el bullicio de la calle, de los tacos golpeando en las baldosas hasta un segundo antes: de golpe nada. Se quedó esperando un poco y los zapatos verdes avanzaron levemente y volvieron a inmovilizarse; las suelas estaban ligeramente gastadas, su pobre novia tenía un empleo mal remunerado. Enternecido, queriendo hacer algo que le probaba su cariño, rascó con dos dedos la suela más estropeada, la del zapato izquierdo; su novia no se movió, como si siguiera esperando absurdamente su llegada. Debía ser el silencio que le daba la impresión de estirar el tiempo, de volverlo interminable, y a la vez el cansancio de sus ojos tan pegados a las cosas iba como alejando las imágenes. Con un dolor insoportable pudo todavía alzar la cabeza para buscar el rostro de su novia, pero sólo vio las suelas de los zapatos a tal distancia que ya ni siquiera se notaban las imperfecciones. Estiró un brazo y luego el otro, tratando de acariciar esas suelas que tanto decían de la existencia de su pobre novia; con la mano izquierda alcanzó a rozarlas; pero ya la derecha no llegaba, y después ninguna de las dos. Y ella, por supuesto, seguía esperando.
 
La vuelta al día en ochenta mundos, tomo II


ACTIVIDADES:

  1. ¿Qué le ocurre, literalmente al personaje del cuento? ¿Qué lo dejaba “pensativo”?
     
  2. Señala los problemas a los que se enfrenta y cómo decide solucionarlo.

  3. ¿Qué sentido metafórico puedes descubrir en lo que le ocurre al protagonista?

  4. Busca rasgos irónicos en el cuento de Cortázar.

  5. En el relato, ¿aparece la causa del problema que sufre el personaje? ¿qué crees que pretende el autor con ello? Razona tu respuesta.
    Inventa, al menos, tres causas posibles para dicho problema.

  6. ¿Qué significa el silencio de su novia en la última escena? ¿qué relación tiene esa escena con el título del cuento?

  7. ¿A quién le recomendarías este cuento? ¿por qué?

domingo, 24 de noviembre de 2013

FRAGMENTOS TRAICIONADOS XX: EL MITO DE ER, (PLATÓN, LA REPÚBLICA)


Al final de La República, Platón nos presenta un curioso mito, en el que aparece un armenio que volvió de la muerte y contó todo lo que había visto. Entre otras cosas, el mito incluye notas sobre la estructura celeste y también se nos habla de la inmortalidad del alma. Si hemos de dar crédito a las palabras de Er, al morir cada uno de nosotros llega a una gran llanura desde la cual, según haya sido nuestra vida, se nos envía a un periplo por el cielo o bien por la tierra. A la vuelta de este viaje, hemos de escoger cuál será nuestra vida futura.
El texto es el siguiente:
Palabra de la virgen Láquesis, hija de la Necesidad: almas efímeras, éste es el comienzo, para vuestro género mortal, de otro ciclo anudado a la muerte. No os escogerá un demonio sino que vosotros escogeréis un demonio. Que el que resulte por sorteo el primero elija un modo de vida, al cual quedará necesariamente asociado. En cuanto a la excelencia, no tiene dueño, sino que cada uno tendrá mayor o menor parte de ella según la honre o la desprecie; la responsabilidad es del que elige, Dios está exento de culpa”. Tras decir esto, arrojó los lotes entre todos, y cada uno escogió el que le había caído al lado, con excepción de Er, a quien no le fue permitido. A cada uno se le hizo entonces claro el orden en que debía escoger. Después de esto, el profeta colocó en tierra, delante de ellos, los modelos de vida, en número mayor que el de los presentes, y de gran variedad. Había toda clase de vidas animales y humanas: tiranías de por vida, o bien interrumpidas por la mitad, y que terminaban en pobreza, exilio o mendicidad; había vidas de hombres célebres por la hermosura de su cuerpo o por su fuerza en la lucha, o bien por su cuna y por las virtudes de sus antepasados; también las había de hombres oscuros y, análogamente, de mujeres. Pero no había en estas vidas ningún rasgo del alma, porque ésta se volvía inexorablemente distinta según el modo de vida que elegía; mas todo lo demás estaba mezclado entre sí y con la riqueza o con la pobreza, con la enfermedad o con la salud, o con estados intermedios entre éstas. Según parece, allí estaba todo el riesgo para el  hombre, querido Glaucón. Por este motivo se deben desatender los otros estudios y preocuparse al máximo sólo de éste, para investigar y conocer si se puede descubrir y aprender quién lo hará capaz y entendido para distinguir el modo de vida valioso del perverso, y elegir siempre y en todas partes lo mejor en tanto sea posible, teniendo en cuenta las cosas que hemos dicho, en relación con la excelencia de su vida, sea que se las tome en conjunto o separadamente. Ha de saber cómo la hermosura, mezclada con la pobreza o la riqueza o con algún estado del alma, produce el mal o el bien, y qué efectos tendrá el nacimiento noble y plebeyo, la permanencia en lo privado o el ejercicio de cargos públicos, la fuerza y la debilidad, la facilidad y la dificultad de aprender y todas las demás cosas que, combinándose entre sí, existen por naturaleza en el alma o que ésta adquiere; de modo que, a partir de todas ellas, sea capaz de escoger razonando el modo de vida mejor o el peor, mirando a la naturaleza del alma, denominando ‘el peor’ al que la vuelva más injusta, y ‘mejor’ al que la vuelva más justa, renunciando a todo lo demás, ya que hemos visto que es la elección que más importa, tanto en vida como tras haber muerto. Y hay que tener esta opinión de modo firme, como el adamanto, al marchar  al Hades, para ser allí imperturbable ante las riquezas y males semejantes, y para no caer en tiranías y en otras acciones de esa índole con que se producen muchos males e incurables y uno mismo sufre más aún; sino que hay que saber siempre elegir el modo de vida intermedio entre éstos y evitar los excesos en uno u otro sentido, en lo posible, tanto en esta vida como en cualquier otra que venga después; pues es de este modo como el hombre llega a ser más feliz.
Y entonces el mensajero del más allá narró que el profeta habló de este modo: “Incluso para el que llegue último, si elige con inteligencia y vive seriamente, hay una vida con la cual ha de estar contento, porque no es mala. De modo que no se descuide quien elija primero ni se descorazone quien resulte último”. Y contó que, después de estas palabras, aquel a quien había tocado ser el primero fue derecho a escoger la más grande tiranía, y por insensatez y codicia no examinó suficientemente la elección, por lo cual no advirtió que incluía el destino de devorarse a sus hijos y otras desgracias; pero cuando la observó con más tiempo, se golpeó el pecho, lamentándose de su elección, por haber dejado de lado las advertencias del profeta; pues no se culpó a sí mismo de las desgracias, sino al azar, a su demonio y a cualquier otra cosa menos a él mismo. Era uno de los que habían llegado desde el cielo y que en su vida anterior había vivido en un régimen político bien organizado, habiendo tomado parte en la excelencia, pero por hábito y sin filosofía. Y podría decirse que entre los sorprendidos en tales circunstancias no eran los menos los que habían venido del cielo, por cuanto no se habían ejercitado en los sufrimientos. Pero la mayoría de los que procedían de bajo tierra, por haber sufrido ellos mismos y haber visto sufrir a otros, no actuaban irreflexivamente al elegir. Por este motivo, además de por el azar del sorteo, era por lo que se producía para la mayoría de las almas el trueque de males y bienes. Porque si cada uno, cada vez que llegara a la vida de aquí, filosofara sanamente y no le tocara en suerte ser de los últimos, de acuerdo con lo que se relataba acerca del más allá probablemente no sería sólo feliz aquí sino que también haría el trayecto de acá para allá y el regreso de allá para acá no por un sendero áspero y subterráneo, sino por otro liso y celestial. Dijo Er, pues, que era un espectáculo digno de verse, el de cada alma escogiendo modos de vida, ya que inspiraba piedad, risa y asombro, porque en la mayoría de los casos se elegía de acuerdo con los hábitos de la vida anterior. Contó que había visto al alma que había sido de Orfeo eligiendo la vida de un cisne, por ser tal su odio al sexo femenino, a raíz de haber muerto a manos suyas, que no consentía en nacer procreada en una mujer; y que había visto también el alma de Támiras escogiendo la vida de un ruiseñor, y, a su vez, a un cisne que, en su elección, trocaba su modo de vida por uno humano, y del mismo modo con otros animales cantores. Al alma que le tocó en suerte ser la vigésima la vio eligiendo la vida de un león: era la de Ayante Telamonio, que, recordando el juicio de las armas, no quería renacer como hombre. A ésta seguía la de Agamenón, también en conflicto con la raza humana debido a sus padecimientos, que se intercambiaba con una vida de águila. Al alma de Atalanta le tocó en suerte uno de los puestos intermedios, y, luego de ver los grandes honores rendidos a un atleta, ya no pudo seguir de largo sino que los cogió. Después de ésta vio la de Epeo, hijo de Panopeo, que pasaba a la naturaleza de una mujer artesana; y lejos, en los últimos puestos, divisó el alma del hazmerreír Tersites, que se revestía con un cuerpo de mono; y la de Ulises, a quien por azar le tocaba ser la última de todas, que avanzaba para hacer su elección y, con la ambición abatida por el recuerdo de las fatigas pasadas, buscaba el modo de vida de un particular ajeno a los cargos públicos, dando vueltas mucho tiempo; no sin dificultad halló una que quedaba en algún lugar, menospreciada por los demás, y, tras verla, dijo que habría obrado del mismo modo si le hubiera tocado en suerte ser la primera, y la eligió gozosa. Análogamente, los animales pasaban a hombres o a otros animales, transformándose los injustos en salvajes y los justos en mansos; y se efectuaba todo tipo de mezclas. Una vez que todas las almas escogieron su modo de vida, se acercaban a Láquesis en el orden que les había tocado. Láquesis hizo que a cada una la acompañara el demonio que había escogido, como guardián de su vida y ejecutor de su elección. Cada demonio condujo a su alma hasta Cloto, poniéndola bajo sus manos y bajo la rotación del huso que Cloto hacía girar, ratificando así el destino que, de acuerdo con el sorteo, el alma había escogido. (618a y ss)
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ACTIVIDADES.
  1. Explica en líneas generales el Mito de Er. 
  2. Localiza en el primer párrafo una frase que explique el sentido de este mito.
  3. Explica las palabras del mensajero: “Incluso para el que llegue último, si elige con inteligencia y vive seriamente, hay una vida con la cual ha de estar contento, porque no es mala. De modo que no se descuide quien elija primero ni se descorazone quien resulte último”.
  4. ¿Por qué le primero elige la tiranía?, ¿cuál es la consecuencia de su elección?
  5. Según el texto, ¿quién no elige irreflexivamente?, ¿qué valor juega el sufrimiento en su posición?
  6. ¿Qué elige Orfeo?, ¿te parece razonable su posición?
  7. ¿Qué te parece la elección de Tersites?
  8. ¿Qué te parece la elección de Ulises? Extrae las consecuencias que puedes hacer de dicha elección (¿qué nos quiere decir Platón con esto?).
  9. ¿Qué vida hubieras elegido tú y por qué?

miércoles, 20 de noviembre de 2013

FRAGMENTOS TRAICIONADOS XIX: LO QUE MUEVE EL MUNDO


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LO QUE MUEVE EL MUNDO, por KIRMEN URIBE.

-He sabido lo de tu padre.
-Podía haber sido peor. Al menos está vivo.
-La vida, a veces, tiene estas cosas...
El padre de Robert había sufrido un accidente en la fábrica de tejidos, y uno de sus pulmones había quedado muy afectado. Dejó el trabajo del taller, y ahora se las arreglaba para sacar algo de dinero vendiendo patatas fritas por la calle con la ayuda de un carrito; pero estaba claro que aquello no era suficiente para hacer frente a las necesidades de la familia.
El director Feytmans se levanta de sus silla y se acerca a la ventana. Sigue hablando mientras observa la calle.
-La cuestión es que alguien tendrá que llevar a vuestra casa el pan de cada día.
-Así es- le dice Robert en voz baja, sin moverse de la silla.
-el director del Banco Nacional de Bélgica ha solicitado jóvenes y diligentes. Tú serías muy apropiado para este trabajo.
Cuando salió del despacho, Robert lloró de rabia. Por una parte, iba a tener trabajo
con el que ayudar a su familia. Por otra, desgraciadamente, no podía seguir estudiando, terminar
una carrera universitaria. No iba a poder cumplir aquel sueño que lo acompañaba desde la infancia.
Pero era consciente de que no podía rechazar la propuesta del director.
Tenía que aceptar aquella oferta, sus ambiciones no tenía tanta importancia. Su familia lo necesitaba, y él tenía que atender aquella necesidad. Recordó las largas conversaciones mantenidas con Herman durante los últimos años, surgidas al hilo de sus paseos por los canales.
-Robert, en tu opinión, ¿qué es lo que mueve el mundo? -le preguntó Herman en cierta ocasión-. Según Nietzsche, esa oscura fuerza es el poder; para Marx, se trata de la economía; y, según Freud, es el amor. ¿Quién tiene razón, según tú? ¿Qué es lo que nos hace vivir?
-¿Y a ti qué te parece?- le soltó Robert, a fin de ganar tiempo.
-Estoy de acuerdo con Nietzsche -decidió Herman, con seguridad-. Es el poder lo que mueve el mundo.
-Yo tengo mis dudas -se atrevió a objetar Robert-. Al principio he pensado que esa fuerza
secreta era la economía... Además, ya sabes cuanto admiro a Marx.
-Sí, claro.
-Pero no, Herman. ¡Lo que nos hace vivir es el amor! Esa fuerza profunda es el amor. O eso
quiero creer, al menos. En eso estoy de acuerdo con Freud.
Cuando sale del despacho del director, sin embargo, Robert no sabe qué pensar.

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(Kirmen Uribe, Lo que mueve el mundo,
SEIX BARRAL, Págs. 35, 36).

ACTIVIDADES.

  1. ¿Por qué Robert coincide con el director?, ¿qué circunstancias le llevan a tal coincidencia?
  2. ¿Por qué Robert llora de rabia al salir de su despacho?, ¿comprendes su sufrimiento?
  3. Explica qué mueve el mundo según Marx.
  4. Explica qué mueve el mundo según Nietzsche.
  5. Explica qué mueve el mundo según Freud.
  6. Para ti, ¿quién lleva razón?
  7. Haz una redacción en el que incorpores a los tres autores para responder a lo que plantea el texto: LO QUE MUEVE EL MUNDO.