-Los niños también están despiertos-dijo la india con
su convicción fatalista-. Una vez que entra en casa, nadie escapa a la peste.
Habían contraído, en
efecto, la enfermedad del insomnio. Úsrula, que había aprendido de su madre el
valor medicinal de las plantas, preparó e hizo beber a todos un brebaje de
acónito, pero no consiguieron dormir, sino que estuvieron todo el día soñando
despiertos. En ese estado de alucinada lucidez no sólo veían imágenes de sus
propios sueños, sino que los unos veían las imágenes soñadas por los otros. Era
como si la casa se hubiera llenado de visitantes. Sentada en su mecedor en un
rincón de la cocina, Rebeca soñó que un hombre muy parecido a ella, vestido de
lino blanco y con el cuello de la camisa cerrado por u botón de oro, le llevaba
un ramo de rosas. Lo acompañaba una mujer de manos delicadas que separó una
rosa y se la puso a la niña en el pelo. Úrsula comprendió que el hombre y la
mujer eran los padres de Rebeca, pero aunque hizo un gran esfuerzo por
reconocerlos, confirmó su certidumbre de que nunca los había visto. (…)
Cuando José Arcadio
Buendía se dio cuenta de que la peste había invadido el pueblo, reunió a los
jefes de familia para explicarles lo que sabía sobre la enfermedad del insomnio,
y se acordaron medidas para impedir que el flagelo e propagara a otras
poblaciones de la ciénaga. Fue así como se quitaron a los chivos las campanitas…
Fue Aureliano quien
concibió la fórmula que había de defenderlos durante varios meses de las evasiones
de la memoria. La descubrió por casualidad. Insomne experto, por haber sido uno
de los primeros, había aprendido a la perfección el arte de la platería. Un día
estaba buscando el pequeño yunque que utilizaba para laminar los metales, y no
recordó su nombre. Su padre dijo: «tas». Aureliano escribió el nombre en un
papel que pegó con goma en la base del yunquecito: tas. Así estuvo seguro de no olvidarlo en el futuro. No se le
ocurrió que fuera aquella la primera manifestación del olvido, porque el objeto
tenía un nombre difícil de recordar. Pero pocos días después descubrió que
tenía dificultades para recordar casi todas las cosas del laboratorio. Entonces
las marcó con el nombre respectivo, de modo que le bastaba con leer la
inscripción para identificarlas. Cuando su padre le comunicó su alarma por
haber olvidado hasta los hechos más impresionantes de su niñez, Aureliano le
explicó su método, y José Arcadio Buendía lo puso en práctica en toda la casa y
más tarde lo impuso a todo el pueblo. Con un hisopo entindado marcó cada cosa
con su nombre: mesa, silla, reloj,
puerta, pared, cama, cacerola. Fue al corral y marcó los animales y las
plantas: vaca, chivo, puerco, gallina,
yuca, malanga, guineo. Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades
del olvido, se dio cuenta de que podía llegar el día en que se reconocieran las
cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad. Entonces fue más
explícito. El letrero que colgó en la cerviz de la vaca era una muestra
ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestos a
luchar contra el olvido: Esta es la vaca,
hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay
que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche. Así
continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por
las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los
valores de la letra escrita.
En la entrada del
camino de la ciénaga se había puesto un anuncio que decía Macondo y otro más grande en la calle que decía Dios existe. En todas las casas se
habían escrito claves para memorizar los objetos y los sentimientos. Pero el
sistema exigía tanta vigilancia y tanta fortaleza moral, que muchos sucumbieron
al hechizo de una realidad imaginaria, inventada por ellos mismos, que les
resultaba menos práctica pero más reconfortante. Pilar Ternera fue quien más
contribuyó a popularizar esa mistificación, cuando concibió el artificio de
leer el pasado en las barajas como antes había leído el futuro. Mediante este
recurso, los insomnes empezaron a vivir en un mundo construido por las
alternativas inciertas de los naipes, donde el padre se recordaba apenas como
el hombre moreno que había llegado a principios de abril y la madre se
recordaba apenas como la mujer trigueña que usaba un anillo de oro en la mano
izquierda, y donde una fecha de nacimiento quedaba reducida al último martes en
que cantó la alondra en el laurel. Derrotado por aquellas prácticas de
consolación José arcadio Buendía decidió entonces construir la máquina de la
memoria que una vez había deseado para acordarse de los maravillosos inventos
de los gitanos[1].
ACTIVIDADES.
- Busca información relevante sobre la obra y el autor. Con la información obtenida, ¿qué destacarías de la vida del del autor y de esta obra en particular?, ¿por qué?
- Según los fragmentos seleccionados, ¿cuál es el mal que asola Macondo?
- ¿Cuál es la consecuencia inmediata de la enfermedad?
- ¿Qué te parece el método de Aureliano?
- Imagina que eres uno de los habitantes de Macondo, pon en práctica el método de Aureliano, para no olvidar, por ejemplo: a tu mascota, tu padre, tu novia, el dolor, la alegría, el miedo.
- ¿Por qué concluye el autor lo siguiente: “Así continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita”?
- Explica el siguiente fragmento: “Pero el sistema exigía tanta vigilancia y tanta
fortaleza moral, que muchos sucumbieron al hechizo de una realidad
imaginaria, inventada por ellos mismos, que les resultaba menos práctica
pero más reconfortante”.
- Haz una redacción (mínimo 15 líneas) acerca de la necesidad del
recuerdo y del olvido para vivir.
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