La filosofía de
Nietzsche es objeto de muchas interpretaciones. Una de ellas, muy
fecunda, es la filosofía existencial. Uno de los representantes de
dicho movimiento es Albert Camus. Y uno de los textos más
significativos, entre otros, es El mito de Sísifo. Ensayo
sobre el absurdo (1943). En esta obra expone su “filosofía
del absurdo” - “juzgo que la noción de lo absurdo es esencial y
puede figurar como la primera de mis verdades” - tema central en
toda su obra: el absurdo nace de la confrontación entre la
experiencia del mundo y el “deseo desenfrenado de claridad”.
Encontrar una salida al absurdo es muy difícil desde la filosofía,
es más fácil aferrarse al consuelo y la esperanza que ofrece la
religión. Sin embargo, tres consecuencias sacará Camus de lo
absurdo: “mi rebelión, mi libertad y mi pasión”. En La
peste (1947), por ejemplo, una novela filosófica, la
vivencia de lo absurdo llega al máximo bajo la figura del
sufrimiento del inocente; la peste es símbolo de la misma vida
humana y, en ésta como en aquélla, en cualquier momento puede
saltar agazapada la enfermedad fatídica y horrorosa, como el
absurdo.
Pero, por ahora, vamos a
centrarnos en el siguiente texto.
EL CUENTO ES EL SIGUIENTE.
El
mito de Sísifo
Los dioses habían
condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una
montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso.
Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más
terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.
Si se ha de creer a
Homero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales. No
obstante, según otra tradición, se inclinaba al oficio de bandido.
No veo en ello contradicción. Difieren las opiniones sobre los
motivos que le convirtieron en un trabajador inútil en los
infiernos. Se le reprocha, ante todo, alguna ligereza con los dioses.
Reveló sus secretos. Egina, hija de Asopo, fue raptada por Júpiter.
Al padre le asombró esa desaparición y se quejó a Sísifo. Éste,
que conocía el rapto, se ofreció a informar sobre él a Asopo con
la condición de que diese agua a la ciudadela de Corinto. Prefirió
la bendición del agua a los rayos celestes.
Por ello le castigaron
enviándole al infierno. Homero nos cuenta también que Sísifo había
encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo de
su imperio desierto y silencioso. Envió al dios de la guerra, quien
liberó a la Muerte de manos de su vencedor. Se dice también que
Sísifo, cuando estaba a punto de morir, quiso imprudentemente poner
a prueba el amor de su esposa. le ordenó que arrojara su cuerpo sin
sepultura en medio de la plaza pública. Sísifo se encontró en los
infiernos y allí irritado por una obediencia tan contraria al amor
humano, obtuvo de Plutón el permiso para volver a la tierra con
objeto de castigar a su esposa. Pero cuando volvió a ver este mundo,
a gustar del agua y el sol, de las piedras cálidas y el mar, ya no
quiso volver a la sombra infernal.
Los llamamientos, las
iras y las advertencias no sirvieron para nada. Vivió muchos años
más ante la curva del golfo, la mar brillante y las sonrisas de la
tierra. Fue necesario un decreto de los dioses. Mercurio bajó a la
tierra a coger al audaz por la fuerza, le apartó de sus goces y le
llevó por la fuerza a los infiernos, donde estaba ya preparada su
roca. Se ha comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es en
tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los
dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida le
valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser dedica a no
acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta
tierra. No se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. Los mitos
están hechos para que la imaginación los anime. Con respecto a
éste, lo único que se ve es todo el esfuerzo de un cuerpo tenso
para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla a subir una
pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla
pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta
de arcilla, de un pie que la calza, la tensión de los brazos, la
seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final
de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo
sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces como la
piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde
el que habrá de volverla a subir hacia las cimas, y baja de nuevo a
la llanura. Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. Un
rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra.
Veo a ese hombre volver a
bajar con paso lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no
conocerá. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan
seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada
uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco
en las guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más
fuerte que su roca. Si este mito es trágico, lo es porque su
protagonista tiene conciencia.
¿En qué consistiría,
en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de
conseguir su propósito? El obrero actual trabaja durante todos los
días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos
absurdo.
Pero no es trágico sino
en los raros momentos en se hace consciente. Sísifo, proletario de
los dioses, impotente y rebelde conoce toda la magnitud de su
condición miserable: en ella piensa durante su descenso. La
clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo
tiempo su victoria. No hay destino que no venza con el desprecio.
Por lo tanto, si el
descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con
alegría. Esta palabra no está de más. Sigo imaginándome a Sísifo
volviendo hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo. Cuando las
imágenes de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo,
cuando el llamamiento de la dicha se hace demasiado apremiante,
sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre: es la
victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado
pesada para poderla sobrellevar. Son nuestras noches de Getsemaní.
Sin embargo, las verdades
aplastantes perecen al ser reconocidas. Así, Edipo obedece
primeramente al destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el
momento en que sabe. Pero en el mismo instante, ciego y desesperado,
reconoce que el único vínculo que le une al mundo es la mano fresca
de una muchacha. Entonces resuena una frase desesperada: «A pesar de
tantas pruebas, mi edad avanzada y la grandeza de mi alma me hacen
juzgar que todo está bien». El Edipo de Sófocles, como el Kirilov
de Dostoievsky, da así la fórmula de la victoria absurda. La
sabiduría antigua coincide con el heroísmo moderno. No se descubre
lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de la dicha.
«¿Cómo? ¿Por caminos tan estrechos...?». Pero no hay más que un
mundo. La dicha y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son
inseparables. Sería un error decir que la dicha nace forzosamente
del descubrimiento absurdo. Sucede también que la sensación de lo
absurdo nace de la dicha. «Juzgo que todo está bien», dice Edipo,
y esta palabra es sagrada. Resuena en el universo y limitado del
hombre. Enseña que todo no es ni ha sido agotado. Expulsa de este
mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y
afición a los dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano,
que debe ser arreglado entre los hombres. Toda la alegría silenciosa
de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su
cosa. Del mismo modo el hombre absurdo, cuando contempla su tormento,
hace callar a todos los ídolos.
En el universo vuelto de
pronto a su silencio se alzan las mil vocecitas maravillosas de la
tierra. Llamamientos inconscientes y secretos, invitaciones de todos
los rostros constituyen el reverso necesario y el premio de la
victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El
hombre absurdo dice que sí y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay
un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos no
hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás,
sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en que el
hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en
ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se
convierten en su destino, creado por él, unido bajo la mirada de su
memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen
enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y
que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca
sigue rodando.
Dejo a Sísifo al pie de
la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo
enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las
rocas. Él también juzga que todo está bien. Este universo en
adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los
granos de esta piedra, cada trozo mineral de esta montaña llena de
oscuridad forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar
a las cimas basta para llenar un corazón de hombre.
Hay que imaginarse a
Sísifo dichoso.
ACTIVIDADES.
- Busca información relevante sobre Camus.
- Busca información relevante sobre las características principales del existencialismo.
- ¿Podemos decir qué el mundo es absurdo? Explica tu posición al respecto.
- Explica la siguiente frase del texto: Si este mito es trágico, lo es porque su protagonista tiene conciencia.
- ¿De qué dos aspectos puede nacer el absurdo, según Camus?, ¿estás de acuerdo con él?
- ¿En qué sentido puedes imaginar a Sísifo dichoso?
- Explica la siguiente frase del texto: Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada trozo mineral de esta montaña llena de oscuridad forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre.
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