En
algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en
innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que
animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más
altanero y falaz de la "Historia Universal": pero, a fin de
cuentas, sólo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza,
el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer.
Alguien podría inventar una fábula semejante pero, con todo, no
habría ilustrado suficientemente cuán lastimoso, cuán sombrío y
caduco, cuán estéril y arbitrario es el estado en el que se
presenta el intelecto humano dentro de la naturaleza. Hubo
eternidades en las que no existía; cuando de nuevo se acabe todo
para él no habrá sucedido nada, puesto que para ese intelecto no
hay ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida
humana. No es sino humano, y solamente su poseedor y creador lo toma
tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo. Pero,
si pudiéramos comunicarnos con la mosca, llegaríamos a saber que
también ella navega por el aire poseída de ese mismo
pathos,
y se siente el centro volante de este mundo. Nada hay en la
naturaleza, por despreciable e insignificante que sea, que, al más
pequeño soplo de aquel poder del conocimiento, no se infle
inmediatamente como un odre; y del mismo modo que cualquier mozo de
cuerda quiere tener su admirador, el más soberbio de los hombres, el
filósofo, está completamente convencido de que, desde todas partes,
los ojos del universo tienen telescópicamente puesta su mirada en
sus obras y pensamientos.
(...).
Solamente
mediante el olvido puede el hombre alguna vez llegar a imaginarse que
está en posesión de una "verdad" en el grado que se acaba
de señalar. Si no se contenta con la verdad en forma de tautología,
es decir, con conchas vacías, entonces trocará continuamente
ilusiones por verdades. ¿Qué es una palabra? La reproducción en
sonidos de un impulso nervioso. Pero inferir además a partir del
impulso nervioso la existencia de una causa fuera de nosotros, es ya
el resultado de un uso falso e injustificado del principio de razón.
¿Cómo podríamos decir legítimamente, si la verdad fuese lo único
decisivo en la génesis del lenguaje, si el punto de vista de la
certeza lo fuese también respecto a las designaciones, cómo, no
obstante, podríamos decir legítimamente: la piedra es dura, como si
además captásemos lo "duro" de otra manera y no solamente
como una excitación completamente subjetiva? Dividimos las cosas en
géneros, caracterizamos el árbol como masculino y la planta como
femenino: ¡qué extrapolación tan arbitraria! ¡A qué altura
volamos por encima del canon de la certeza! Hablamos de una
"serpiente": la designación cubre solamente el hecho de
retorcerse; podría, por tanto, atribuírsele también al gusano.
¡Qué arbitrariedad en las delimitaciones! ¡Qué parcialidad en las
preferencias, unas veces de una propiedad de una cosa, otras veces de
otra! Los diferentes lenguajes, comparados unos con otros, ponen en
evidencia que con las palabras jamás se llega a la verdad ni a una
expresión adecuada pues, en caso contrario, no habría tantos
lenguajes. La "cosa en sí" (esto sería justamente la
verdad pura, sin consecuencias) es totalmente inalcanzable y no es
deseable en absoluto para el creador del lenguaje. Éste se limita a
designar las relaciones de las cosas con respecto a los hombres y
para expresarlas apela a las metáforas más audaces. En primer
lugar, ¡un impulso nervioso extrapolado en una imagen! Primera
metáfora. ¡La imagen transformada de nuevo en un sonido! Segunda
metáfora. Y, en cada caso, un salto total desde una esfera a otra
completamente distinta. Se podría pensar en un hombre que fuese
completamente sordo y jamás hubiera tenido ninguna sensación sonora
ni musical; del mismo modo que un hombre de estas características se
queda atónito ante las figuras acústicas de Chladni en la arena,
descubre su causa en las vibraciones de la cuerda y jurará entonces
que, en adelante, no se puede ignorar lo que los hombres llaman
"sonido", así nos sucede a todos nosotros con el lenguaje.
Creemos saber algo de las cosas mismas cuando hablamos de árboles,
colores, nieve y flores y no poseemos, sin embargo, más que
metáforas de las cosas que no corresponden en absoluto a las
esencias primitivas. Del mismo modo que el sonido configurado en la
arena, la enigmática x de la cosa en sí se presenta en principio
como impulso nervioso, después como figura, finalmente como sonido.
Por tanto, en cualquier caso, el origen del lenguaje no sigue un
proceso lógico, y todo el material sobre el que, y a partir del
cual, trabaja y construye el hombre de la verdad, el investigador, el
filósofo, procede, si no de las nubes, en ningún caso de la esencia
de las cosas.
¿Qué
es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas,
metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de
relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas
poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un
pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son
ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han
vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su
troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como
metal.
ACTIVIDADES.
- ¿Cómo concibe Nietzsche el conocimiento? ¿cuáles son los principales argumentos de su posición? (Cita el texto para contestar).
- ¿Qué le ocurre al filósofo respecto al conocimiento, según él?
- ¿A qué conclusión llega el autor en el segundo párrafo sobre el conocimiento?
- Explica con detalle y con tus palabras qué es la verdad para Nietzsche.
- Explica la siguiente frase: "Dividimos las cosas en géneros, caracterizamos el árbol como masculino y la planta como femenino: ¡qué extrapolación tan arbitraria!"
- Busca información sobre el nihilismo en este autor.
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